Rosmery* es una mujer afro descendiente, que a sus 28 años de edad está arrepentida y enfoca su energía en reconstruir esta nueva etapa en la legalidad. "Haberme desmovilizado es la mejor cosa que he hecho en la vida, esto me dio la posibilidad de estar con la persona que más quiero, mi hijo. Aunque me acuesto a dormir y aún me sueño estando allá, el proceso de reintegración me ha servido para superarlo y poder rehacer mi propia vida".
Con pocas palabras cuenta que trabaja nueve horas diarias y siete días a la semana en un restaurante ubicado en el Eje Cafetero; allí cocina sus sueños con la esperanza de que algún día con la aceptación y la reconciliación de la sociedad, pueda cumplirlos.
Rosmery sueña con mejorar sus habilidades en la cocina y anhela trabajar para una emisora, "trabajé en La Voz de la Resistencia y los medios me gustan mucho, por lo que deseo volver a trabajar en una emisora, pero ahora contando la verdad de lo que pasa en el monte, contando mí historia para evitar que otras personas caigan en la guerra".
Así se cae en la guerra
Nació en un municipio remoto del departamento de Nariño, su padre alcohólico y su madre una mujer sumisa "yo no tuve niñez, hasta donde recuerdo mi vida ha sido triste, mis padres eran muy pobres y vivíamos de lo que nos regalaban, hasta que un día fui yo a la que regalaron como si fuera un mueble más", comenta con nostalgia, en voz baja y con su mirada al piso, mientras aprieta sus manos.
De su primera familia, paso de casa en casa, siempre esperando encontrar algo de cariño y respeto. Después de tantos desaciertos creyó encontrar una luz de esperanza, pero no sabía que esa luz desencadenaría su momento más oscuro. A sus doce años Rosmery empezó a asistir a sus primeras clases de entrenamiento militar.
En su paso por la guerra quedó embarazada y con su hijo llegó la esperanza de vivir en libertad y la legalidad. El pequeño cambió su vida y la hizo más fuerte que nunca, en un momento de descuido de sus guardianes, pudo fugarse e iniciar una nueva vida con y por él. Ahora vive en un barrio popular de la región cafetera, con atención psicológica de los profesionales de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR).
En los últimos 12 años, cerca de 57 mil personas han dejado las armas. Ella reconoce que cometió un error, pero también sabe que la vulnerabilidad de sus 12 años y la ausencia de una familia amorosa, la llevaron a la guerra, ahora, lleva un proceso exitoso en su retorno sostenible a la legalidad, vive con su hijo y tiene una nueva vida que le permite sonreír.
Rosmery quiere contar su historia para prevenir el reclutamiento, para evitar que otros niños y jóvenes caigan en la guerra y hacer un llamado a la sociedad, "no hay que estigmatizar a las personas como yo, a veces piensan que uno no tiene corazón, que simplemente es malo y las cosas no son así, hay demasiados grises en esta historia".
* Nombre cambiado por protección de la fuente.